Podemos
estar tranquilos. Ni vienen los energúmenos de Amanecer Dorado, con la
intención de hacernos marchar a todos al paso de la oca por el Paseo de la
Castellana, ni están aquí los miembros del Partido del Trabajo de Corea aclamando
con el puño en alto a su Presidente Eterno Kim Il-sung. Ese ruido ensordecedor,
ese clamor creciente que poco a poco va llenando las calles y ocupando espacios
en los diferentes medios de comunicación, es la juventud española que
reivindica su sitio en la sociedad civil, pidiéndonos a los adultos que nos
retiremos a un segundo plano.
Lo
más paradójico de esta situación es que los adultos hemos pasado varias décadas
quejándonos de que la juventud española estaba despolitizada y carecía de
ideales, y ahora que sale a la calle masivamente y participa políticamente a
través de alternativas “más frescas”, cuando no más democráticas que las hasta
ahora mayoritarias, ponemos el grito en el cielo llamando a esos jóvenes “antisistema”
y cómplices de los regímenes más deleznables que perviven en el mundo.
Hayamos
sido o no luchadores por la democracia en tiempos del franquismo, padres de la
transición y protagonistas del consenso constitucional, simples espectadores, o
de esos miembros de las generaciones siguientes que pasaron de los bares de “La
Movida” a engrosar las filas de los principales partidos políticos, somos orgullosos “propietarios” de esta
democracia tan “singular”, y no vamos a permitir que ningún advenedizo (entre
los que obviamente se encuentran nuestros hijos) se la cuestione, y ello a
pesar de que día tras día, el olor a podredumbre y descomposición que emana de
nuestro “sistema” es más penetrante.
Tal
vez convenga aclarar que, ni todos los biológicamente jóvenes lo son realmente
(apostaría a que Rajoy o Cospedal, nunca fueron jóvenes), ni todos los
biológicamente adultos poseen una actitud conformista y contraria al cambio
(caso de algunos “abuelos” como José Luis Sampedro o Stephan Hessel). Por
desgracia, numerosas personas afiliadas a las juventudes de los grandes
partidos, poseen “inquietudes” ajenas a las que caracterizan y ennoblecen a la
juventud.
Aparte
del sentimiento de “propiedad” sobre esta minusválida democracia y dejando de
lado los intereses particulares de eso que tan acertadamente la gente de
Podemos llama “casta”, probablemente nos enfrentamos a uno de los temores más
tradicionales de todo ser humano y consiguientemente de toda sociedad, el miedo
al cambio, a tener que replantearnos nuestra forma de pensar y nuestra
conducta, mientras perdemos el control de la situación al tiempo que
emocionalmente asumimos un elevado nivel de estrés. Y ante este temor, solo
caben tres salidas: oponerse activamente (la mayoría de los adultos que militan
en partidos tradicionales y/o sus lacayos de empresas y medios de
comunicación), aceptarlo, aunque asumiendo un rol “victimista” (caso de algunos
políticos y medios supuestamente progresistas), o aceptarlo e implicarse en
dicho cambio con ilusión por el futuro (muy pocos adultos).
Pero
, ¿qué es lo que ha convertido a la sociedad española (el 25% tienen menos de
25 años y el 40% menos de 35 años) en un colectivo de adultos resistentes al
cambio?.
La
respuesta está probablemente en el hecho de que Michael Jackson ha marcado un
antes y un después en la historia de nuestro país. Superada la transición y la
intentona golpista de Tejero, las elecciones generales de 1982 dan el triunfo
al carismático Felipe González, mientras Michael Jackson lanza su disco “Thriller” (el más
vendido de la historia). Desde ese momento todo es una “gran fiesta” –España se
convierte en miembro de pleno derecho de la CEE; cae el Muro de Berlín y sale a
la venta la consola portátil Game Boy de Nintendo; se reunifica Alemania; España
celebra la Exposición Universal de Sevilla y los Juegos Olímpicos de Barcelona;
se inaugura el museo Guggenheim de Frank Gehry en Bilbao y se comercializa la
Viagra; entra en vigor el Euro, mientras Apple lanza el iPod; El Señor de los
Anillos: El Retorno del Rey consigue 11 Óscars; crecimiento económico
“espectacular” con base en el ladrillo y en la especulación- fiesta que acaba
en octubre de 2008, año en el que se produce el “crash” bursátil, tras la quiebra
del banco de inversión estadounidense Lehman Brothers y se inicia la crisis
económica y financiera mundial más importante de todos los tiempos. Estados
Unidos elige como presidente a Barack Obama (el primer afroamericano de su
historia), pero ello no impide que Occidente entre en recesión en 2009, el mismo
año en el que fallece “El Rey del Pop”.
Muchas
fueron las “señales” que nos llegaron en los 7 años anteriores, pero por desgracia,
o no supimos verlas, o no les dimos la importancia que tenían: atentado de Al
Qaeda en NY, hundimiento del Prestige, invasión de Irak sin respaldo de la ONU,
nuevos atentados en Madrid y Londres, y sobre todo y para desgracia de los
españoles, la elección de Angela Merkel en 2005 al frente de la Cancillería de
Alemania y, por consiguiente, al frente
del gobierno de la UE.
También
en esos años “dorados” y con más relevancia si cabe que todo lo comentado, se produce
una auténtica revolución en el mundo del Smartphone y de las redes sociales
(Facebook, Twitter, WhatsUpp,..), escapando la información al todopoderoso
control de los gobiernos y poderes fácticos, como en los últimos años han
demostrado Julian Assange con Wikileaks y Edward Snowden, poniendo en jaque a
la inteligencia de los EE.UU. y de otros países occidentales al desvelar
numerosos secretos oficiales.
Nuestros
jóvenes, la generación más preparada de la historia, con un pensamiento acorde
con el progreso, y cada vez mayor interés por la política y con valores más
“firmes” que los de la “sociedad adulta”, se resisten inicialmente a participar
a través de instituciones que perciben degradadas (orientadas hacia el
clientelismo y corruptas) e ineficientes, mientras el paro se ceba
especialmente entre ellos (56% de los jóvenes entre 16 y 24 años), evidenciando
la casi ausencia de oportunidades para lograr un empleo digno acorde a su
formación, y condenados a seguir viviendo con sus padres (el 40% de los hombres
entre 24 y 35 años). Confían en que los “adultos” les sacarán de esta situación,
pero observan con estupor no exento de temor, como aquellos siguen “ajenos” a
la terrible realidad de su presente y al drama de su futuro, porque se limitan
luchan por sobrevivir en el día a día (más de 2,6 millones de parados sin
prestación alguna, y más del 28% de la población en riesgo de pobreza),
mientras la “clase política” mantiene sus pequeñas y egoístas batallas partidistas,
y los escándalos por fraude, malversación, apropiación indebida, prevaricación,
etc., van reforzando su indignación y hastío. Primero buscan participar a
través de un sistema de democracia directa y asamblearia, tomando las calles, y
por fin, a través de la creación de nuevos “grupos políticos” nacidos al calor
de las redes sociales, en las que son líderes indiscutibles.
No
importa si cunde el pánico entre los adultos “sostenedores” del “establishment”
ni el hecho de que esos adultos sean de ideología conservadora o supuestamente
progresista, y no importa que nos adviertan (y de paso, amenacen) con el
inminente derrumbe del mundo conocido y con las plagas que inevitablemente
sufriremos si llegan a perder el poder. Su momento, nuestro momento, ha pasado
y hay que ceder el paso a los jóvenes, y darles la oportunidad de construir
algo nuevo.
Siguen de actualidad esos conocidos versos de la “España
en Marcha” de Gabriel Celaya:
No
vivimos del pasado,
ni
damos cuerda al recuerdo.
Somos,
turbia y fresca, un agua que atropella sus comienzos.
Españoles
con futuro
y
españoles que, por serlo,
aunque
encarnan lo pasado no pueden darlo por bueno.
Un soplo de aire fresco, una esperanza a la que aferrarse y que sirve como lazo de unión a todos los que piensan que ha llegado la hora del cambio, del segundo cambio.
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