Gracias a una voluntad férrea, una
considerable dosis de ambición, habilidad para establecer alianzas dentro del
partido, y a una ausencia absoluta de sensibilidad hacia su prójimo, que
algunas personas de su entorno inmediato calificaban como “un talante despiadado”,
Alberto Ignacio Wertllardon, había llegado a ministro del Gobierno de España.
Aunque casado, y con cuatro hijos, su vida era más bien solitaria y totalmente
entregada a su trabajo, que desde que había aceptado entrar en política, apenas
le reportaba beneficios directos, a diferencia de su anterior etapa profesional
empresarial, en la que llegó a acumular un importante patrimonio personal.
Por ello, y por administrar un
país y una administración en quiebra, estaba convencido de estar realizando un
enorme sacrificio por España, que no por los españoles, a los que en un alto
porcentaje, consideraba vagos, indolentes, y acostumbrados a vivir del “papá
Estado”, a causa de los muchos años de políticas socialistas trasnochadas, en
especial del último gobierno de ZP que les había legado a él y a los suyos las
ruinas de lo que antaño había constituido un auténtico ejemplo a imitar por la
mayoría de los países de nuestro entorno. Su filosofía era muy clara, del mismo
modo que en el pasado la pobreza y las guerras habían servido para regular la
población y evitar una explosión demográfica incontrolada, consideraba que el
mercado acaba siempre poniendo cada cosa y a cada uno en el sitio que le
corresponde, por lo que solo había que dejarlo actuar, evitando una injerencia
desmedida por parte de los poderes públicos, que en ningún caso están para
gestionar servicios públicos, sino tan solo para establecer y vigilar el
cumplimiento de las reglas del juego por parte de todos.
Todo marchaba viento en popa hasta
que un día, estalló una bomba en el corazón de su hogar. María, la más pequeña
de sus hijas, con apenas 15 años cumplidos, acababa de darles a su mujer y a
él, el mayor disgusto de sus vidas. ¿Cómo había podido suceder?. ¿De qué había
servido la educación impartida por sus ejemplares padres y por las abnegadas Madres
del Sagrado Corazón?. Su mujer le había alertado dos o tres semanas atrás de que
la niña parecía estar siempre cansada, pero las alarmas definitivas habían
saltado en los últimos días en los que prácticamente a diario y a cualquier
hora, experimentaba náuseas y vómitos. La víspera de Nochebuena, obtuvieron la
confirmación que tanto temían, María estaba embarazada.
Tanto su mujer como él eran
católicos practicantes, pero el embarazo de una hija propia nunca es igual que
el de la hija de un desconocido. Coincidieron con María en la conveniencia de
que abortara y, haciendo alarde de ex-ejecutivo multinacional habituado a hacer
frente a todo tipo de dificultades, se apresuró a contactar con aquellas
personas que sabía le podían facilitar una buena alternativa, por lo que en
menos de 48 horas, ya tenía elegida la clínica en Londres, y hasta el hotel en
el que se alojarían su mujer y su hija durante unos días, con la excusa de
realizar unas compras de Reyes de última hora.
Pero no habían contado con el
extraño carácter de María, que a las complejidades típicas de la adolescencia,
añadía unas ideas un tanto estravagantes, solo entendibles en el improbable
escenario de que entre las monjas del Sagrado Corazón se hubiera infiltrado
algún peligroso marxista, anarquista o algo todavía peor, con la intención de
adoctrinar y envenenar las almas de algunas jovencitas como su hija. El viernes
pasado y a raíz de que el Consejo de Ministros diera luz verde a la contra-reforma
de la Ley Orgánica 2/2010, de salud sexual y reproductiva y de la interrupción
voluntaria del embarazo, tuvieron una fuerte discusión a la hora de la cena,
que se saldó mandando a la niña a su cuarto sin cenar, hija que ahora se negaba
en redondo a recibir una atención médica profesional en una buena clínica de
Londres argumentando que quería recibir la misma atención que cualquier otra
española en su misma situación.
De nada sirvieron sus ruegos y
amenazas, por lo que al final, optaron por ceder y decirle que buscarían una
alternativa nacional más “estándar”, pero esa noche le asalta una terrible
pesadilla. Junto a la cama de Alberto Ignacio aparece un niño pequeño que se
identifica como el “Fantasma de la Navidad Pasada” y que le pide que la
acompañe, primero a una larguísima cola de una oficina de empleo de la que
nadie sale ni tan siquiera con un trabajo temporal a tiempo parcial; después, a
un hospital público en el que los celadores y personal de seguridad privada
arrojan a un inmigrante sin papeles que había acudido, tras ser transportado a
hombros por unos transeúntes que lo recogieron de una acera en la que había caído
tras sufrir un infarto; el fantasma le explica que esos ancianitos dependientes
que contemplan desde una ventana ya no tienen a nadie que les pueda ayudar a
vestirse, lavarse, o comer, al desaparecer las ayudas a la dependencia. Después
le muestra una sórdida habitación en la que una mujeruca de aspecto sucio y
desaliñado, rodeada de unos instrumentos parecidos a agujas de hacer calceta,
practica un aborto a una jovencita, apenas una niña, cuya cara se asemeja
muchísimo a la de su hija María.
Alberto Ignacio le pregunta al
fantasma de la Navidad Pasada qué le ocurrirá a ese inmigrante y a esos
ancianitos, y en especial, si esa niña morirá tras la sangrienta intervención
que ha presenciado, a lo que el fantasma le contesta que no importa lo que
suceda, ya que a medio plazo, la mano invisible del mercado lo regulará todo
hasta lograr alcanzar el deseado equilibrio. Por último, el fantasma, que ha ido creciendo hasta
convertirse en casi un anciano, le muestra
como la mayoría de las personas, que llevan a sus hijos a escuelas
públicas, celebran la navidad en amorosa compañía de sus familiares y amigos,
muchos de ellos en paro, a pesar de lo cual se les ve alegres, mientras que el
destino de los políticos como él, es acabar abandonados por todos en un frío
recinto de mármol, celebrando Consejos de Administración de alguna gran compañía
eléctrica, sin aduladores, sin falsos ni verdaderos amigos, sin familia, y...... sin
Navidad.
Al día siguiente, se levanta de la
cama habiendo tomado la decisión de votar en contra del Proyecto de Ley de su propio partido y gobierno, por lo
que renuncia esa misma mañana a su cartera ministerial. También ha decidido revisar
la situación laboral de los empleados de todas sus empresas, ofreciéndoles una
retribución digna e incluso una cesta -si todavía llega a tiempo para estas
fiestas navideñas-, sacará a su sus hijos de las caras escuelas y universidades
privadas en las que se forman y los matriculará en institutos y universidades
públicas, cancelará la distintas pólizas de seguros privados de salud y acudirá, junto con su familia, a los servicios de atención primaria, y mientras -ya sin coche oficial- camina
por la acera hacia su hogar, sonriente, saluda a todos los que encuentra en su
camino con un “Feliz Navidad”.