miércoles, 25 de diciembre de 2013

Cuento de Navidad


Gracias a una voluntad férrea, una considerable dosis de ambición, habilidad para establecer alianzas dentro del partido, y a una ausencia absoluta de sensibilidad hacia su prójimo, que algunas personas de su entorno inmediato calificaban como “un talante despiadado”, Alberto Ignacio Wertllardon, había llegado a ministro del Gobierno de España. Aunque casado, y con cuatro hijos, su vida era más bien solitaria y totalmente entregada a su trabajo, que desde que había aceptado entrar en política, apenas le reportaba beneficios directos, a diferencia de su anterior etapa profesional empresarial, en la que llegó a acumular un importante patrimonio personal.

Por ello, y por administrar un país y una administración en quiebra, estaba convencido de estar realizando un enorme sacrificio por España, que no por los españoles, a los que en un alto porcentaje, consideraba vagos, indolentes, y acostumbrados a vivir del “papá Estado”, a causa de los muchos años de políticas socialistas trasnochadas, en especial del último gobierno de ZP que les había legado a él y a los suyos las ruinas de lo que antaño había constituido un auténtico ejemplo a imitar por la mayoría de los países de nuestro entorno. Su filosofía era muy clara, del mismo modo que en el pasado la pobreza y las guerras habían servido para regular la población y evitar una explosión demográfica incontrolada, consideraba que el mercado acaba siempre poniendo cada cosa y a cada uno en el sitio que le corresponde, por lo que solo había que dejarlo actuar, evitando una injerencia desmedida por parte de los poderes públicos, que en ningún caso están para gestionar servicios públicos, sino tan solo para establecer y vigilar el cumplimiento de las reglas del juego por parte de todos.

Todo marchaba viento en popa hasta que un día, estalló una bomba en el corazón de su hogar. María, la más pequeña de sus hijas, con apenas 15 años cumplidos, acababa de darles a su mujer y a él, el mayor disgusto de sus vidas. ¿Cómo había podido suceder?. ¿De qué había servido la educación impartida por sus ejemplares padres y por las abnegadas Madres del Sagrado Corazón?. Su mujer le había alertado dos o tres semanas atrás de que la niña parecía estar siempre cansada, pero las alarmas definitivas habían saltado en los últimos días en los que prácticamente a diario y a cualquier hora, experimentaba náuseas y vómitos.  La víspera de Nochebuena, obtuvieron la confirmación que tanto temían, María estaba embarazada.

Tanto su mujer como él eran católicos practicantes, pero el embarazo de una hija propia nunca es igual que el de la hija de un desconocido. Coincidieron con María en la conveniencia de que abortara y, haciendo alarde de ex-ejecutivo multinacional habituado a hacer frente a todo tipo de dificultades, se apresuró a contactar con aquellas personas que sabía le podían facilitar una buena alternativa, por lo que en menos de 48 horas, ya tenía elegida la clínica en Londres, y hasta el hotel en el que se alojarían su mujer y su hija durante unos días, con la excusa de realizar unas compras de Reyes de última hora.

Pero no habían contado con el extraño carácter de María, que a las complejidades típicas de la adolescencia, añadía unas ideas un tanto estravagantes, solo entendibles en el improbable escenario de que entre las monjas del Sagrado Corazón se hubiera infiltrado algún peligroso marxista, anarquista o algo todavía peor, con la intención de adoctrinar y envenenar las almas de algunas jovencitas como su hija. El viernes pasado y a raíz de que el Consejo de Ministros diera luz verde a la contra-reforma de la Ley Orgánica 2/2010, de salud sexual y reproductiva y de la interrupción voluntaria del embarazo, tuvieron una fuerte discusión a la hora de la cena, que se saldó mandando a la niña a su cuarto sin cenar, hija que ahora se negaba en redondo a recibir una atención médica profesional en una buena clínica de Londres argumentando que quería recibir la misma atención que cualquier otra española en su misma situación.


De nada sirvieron sus ruegos y amenazas, por lo que al final, optaron por ceder y decirle que buscarían una alternativa nacional más “estándar”, pero esa noche le asalta una terrible pesadilla. Junto a la cama de Alberto Ignacio aparece un niño pequeño que se identifica como el “Fantasma de la Navidad Pasada” y que le pide que la acompañe, primero a una larguísima cola de una oficina de empleo de la que nadie sale ni tan siquiera con un trabajo temporal a tiempo parcial; después, a un hospital público en el que los celadores y personal de seguridad privada arrojan a un inmigrante sin papeles que había acudido, tras ser transportado a hombros por unos transeúntes que lo recogieron de una acera en la que había caído tras sufrir un infarto; el fantasma le explica que esos ancianitos dependientes que contemplan desde una ventana ya no tienen a nadie que les pueda ayudar a vestirse, lavarse, o comer, al desaparecer las ayudas a la dependencia. Después le muestra una sórdida habitación en la que una mujeruca de aspecto sucio y desaliñado, rodeada de unos instrumentos parecidos a agujas de hacer calceta, practica un aborto a una jovencita,  apenas una niña, cuya cara se asemeja muchísimo a la de su hija María.

Alberto Ignacio le pregunta al fantasma de la Navidad Pasada qué le ocurrirá a ese inmigrante y a esos ancianitos, y en especial, si esa niña morirá tras la sangrienta intervención que ha presenciado, a lo que el fantasma le contesta que no importa lo que suceda, ya que a medio plazo, la mano invisible del mercado lo regulará todo hasta lograr alcanzar el deseado equilibrio. Por último, el fantasma, que ha ido creciendo hasta convertirse en casi un anciano, le muestra  como la mayoría de las personas, que llevan a sus hijos a escuelas públicas, celebran la navidad en amorosa compañía de sus familiares y amigos, muchos de ellos en paro, a pesar de lo cual se les ve alegres, mientras que el destino de los políticos como él, es acabar abandonados por todos en un frío recinto de mármol, celebrando Consejos de Administración de alguna gran compañía eléctrica, sin aduladores, sin falsos ni verdaderos amigos, sin familia, y...... sin Navidad.


Al día siguiente, se levanta de la cama habiendo tomado la decisión de votar en contra del Proyecto de  Ley de su propio partido y gobierno, por lo que renuncia esa misma mañana a su cartera ministerial. También ha decidido revisar la situación laboral de los empleados de todas sus empresas, ofreciéndoles una retribución digna e incluso una cesta -si todavía llega a tiempo para estas fiestas navideñas-, sacará a su sus hijos de las caras escuelas y universidades privadas en las que se forman y los matriculará en institutos y universidades públicas, cancelará la distintas pólizas de seguros privados de salud y acudirá, junto con su familia, a los servicios de atención primaria, y mientras -ya sin coche oficial- camina por la acera hacia su hogar, sonriente, saluda a todos los que encuentra en su camino con un “Feliz Navidad”.

1 comentario:

  1. Por un momento he dejado volar la imaginación, digo la ensoñación, y ¡¡plás!! una llamada de teléfono me ha devuelto a la dura realidad.
    De todas maneras el organismo humano es capaz de segregar hormonas incluso en situaciones imaginarias, y ¡sí señor, un poco de serotonina no viene mal en estas fechas! (100% natural, eso sí, sin edulcorantes ni conservantes).
    :)

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