jueves, 10 de abril de 2014

Pan, toros y absolutismo o como salvar las procesiones de Semana Santa

Según cuenta el Antiguo Testamento Dios ordenó a Josué la organización de siete grandes procesiones alrededor de las murallas de Jericó. Algo más tarde y tras el correspondiente toque de trompetas por parte de los sacerdotes y griterío de la canalla (también por indicación divina), la ciudad era conquistada por los israelitas, tras el milagroso derrumbe de sus hasta entonces inexpugnables murallas.

Como no quiero exponerme a las iras de Cristina Cifuentes, ilustrísima que no ilustre delegada del Gobierno de las Españas en Madrid, -y asumiendo que la Biblia no miente y por consiguiente, la caída de las jodidas murallas nada tuvo que ver con los asedios y conquistas precedentes por parte de sumerio arcadios como señalan algunos intelectuales ateos- concluyo que esto de salir en procesión y el mucho griterío, al igual que lo de tocar trompetas si perteneces al clero, es mano de santo y otorga mucho más poder al ejerciente que adorar al dios Leraj (la Luna, para los  que habitualmente vivimos en ella), cosa que a lo que parece se dedicaban a hacer sus legítimos moradores cananeos antes de ser (siempre según la Biblia) masacrados por los israelitas retornados de la esclavitud de Egipto.

Así las cosas, no es de extrañar que la Iglesia Católica hiciera suya esta bonita tradición de las procesiones, que se remonta en España al siglo III aunque no es hasta el siglo XIII cuando aparecen las típicas y “folclóricas” procesiones de la Semana Santa, vinculadas a las cofradías de ámbito penitencial, congregaciones de flagelantes asociadas a tres elementos mucho más importantes que los clásicos fuego, agua, tierra y aire de la naturaleza: la sangre,  el rosario y la cruz, adecuadamente combinados por sádicos dominicos con la finalidad de crear espectáculos sangrientos a través de los que sembrar el pavor entre los ignorantes siervos, como bien es sabido, condición previa y necesaria para la salvación de sus almas.

Tiene bemoles que hasta la mística y amante del martirio Santa Teresa se escandalizara de estas prácticas, a las que llegó a denominar “penitencia de las bestias”, aunque no debemos olvidar que era descendiente de familia judía conversa, muy aficionada a la lectura de romanceros, lo que le hacía cuestionarse, entre otras cosas, que Dios fuese a valorar en mayor medida a un hombre “despellejado” a base de flagelo, que  a un hombre que se desviviera por ayudar a sus semejantes. 

Lo más paradójico de este auténtico fenómeno de masas se relaciona con su teórico anonimato. ¿Qué valor posee para un hombre común tener sexo con la mujer más deseada del mundo si no puede contarlo a amigos y conocidos?. La penitencia, aunque pública, no te permite presumir abiertamente antes tus conocidos de tener la espalda destrozada, o de haber sangrado más que un cerdo en el día de su San Martín, porque desde el Concilio de Letrán en 1215 se impuso el anonimato a través del antifaz, igualando en este ejercicio penitencial al noble y al villano, a la mujer honrada y a la prostituta. 

La guinda, en forma de cucurucho, la puso la Santa Inquisición, experta en sambenitos y sobre todo en capirotes, elemento este último imitado muchos años más tarde por organizaciones tan “peculiares” como el famoso Ku Klux Klan americano, creado tras la Guerra de Secesión, que al margen de colgar a negros, maricones, judíos y comunistas, por el simple hecho de serlo, quemaban bonitas cruces que iluminaban por las noches las calles de Memphis, Tennessee, de tal modo, que la Valencia de Rita apenas hubiera podido aspirar en aquellos años a ocupar una segunda plaza en el ranking mundial de contaminación lumínica.

Desde antes incluso de que el cardenal Antonio María Rouco Varela se viese obligado a abandonar el timón de la Conferencia Episcopal Española, algunas organizaciones impías -presumiblemente relacionadas con la izquierda radical y los antisistema-  como la Asociación Madrileña de Ateos y Librepensadores de Madrid (Amal), y coincidiendo con estas fechas de la Semana Santa, llevan intentando organizar una manifestación para “sensibilizar a la población sobre el derecho constitucional a la libertad de expresión y la obligatoriedad de que las instituciones protejan la aconfesionalidad del Estado”, aunque hasta la fecha se han encontrado con la lógica negativa de las autoridades ante lo que califican de provocación, al intentar “realizar la manifestación un día especial de significación para los católicos”, como es el Jueves Santo. 

¿Qué tontería es esa de la aconfesionalidad del Estado?.  ¿Siete siglos para terminar de reconquistar el suelo patrio y poder expulsar a judíos y moros, y todavía hay quien se plantea que vivan entre nosotros como si fueran españoles?. Se puede ser un “demócrata de toda la vida” sin  necesidad de tener que aguantar a esa gentuza de los llamados colectivos LGTB, y encima tener que aceptar a musulmanes, judíos o budistas a la hora de respetar sus derechos y tratarles como iguales. ¿Se imaginan una mezquita frecuentada por feministas lésbicas?, ¿una sinagoga con un rabino gay bendiciendo las palmas que luego deben proteger nuestros hogares?; ¿un templo con monjes budistas transexuales recitando el mantra gate, gate, paragate, parasamgate, bodi, svaha, mientras cambian el manto negro de la Virgen María por un manto blanco?, o incluso peor todavía, ¿imaginan un grupo de hijos de Lutero escandinavos con su capa y capirote, degustando pintxos o “matando judíos”, y diciendo burradas a las mozas que presencian la procesión?. 

¡Que se dejen de chorradas y no me quiten las procesiones de Semana Santa, que son más castizas que Viriato, los almogávares, la calle de Alcalá, la Carmen de Merimée y los bocatas de calamares!. Ya lo decíamos en los gloriosos años 60’s y habrá que recuperarlo en esta época de crisis económica e incertidumbre moral:






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